sábado, 6 de enero de 2007

La historia del palomo cojo

Érase una vez una alegre muchacha (y con rinxols, jeje) que salió un día a comerse un gofre con sus compañeros de universidad. Cuando se los sirvieron, como la gofrería no tenía asientos, se fueron a comerlos a una plaza cercana.

Se sentaron en el primer banco que encontraron allí. La plaza estaba llena de gente y palomas. La muchacha pensó: "Oh, pobres palomas, les daré un poco de mi gofre" (qué buena minyona, eh?) Y, pese a que sus compañeros intentaron evitarlo, eso hizo. Las palomas se fueron acercando: primero vino una, después otra, luego otras dos, otras tres, segundos después cinco más, ocho, trece... (ya sabeis cómo sigue, no?) y aquello se llenó de palomas y más palomas... Y de pronto llegó el capo de esas aves: el palomo cojo. Sus heridas de guerra lo decían todo de él: cojo, medio ciego de un ojo y con el pico astillado. Su mirada desafiante atemorizó al grupo de inocentes esudiantes.

Comenzó a acercarse al gofre de la pobre muchacha de una manera poco amable. Ésta intentaba protegerlo (tenía hambre, joé) girándose hacia un lado y otro, pero el palomo aparecía por donde ella menos lo esperaba. La chica incluso se sentó en otro lugar del banco, pero el palomo la persiguió con un deseo perverso de gofre en sus ojos. Viendo que no conseguía nada y que ella estaba a punto de acabarse el gofre si no hacía algo por remediarlo, el palomo comenzó a revolotear por encima del manjar para ver si conseguía comer algo... Ella, cometiendo un error fatal, cubrió el gofre con su cuerpo pensando que así conseguiría que el animal se fuera, pero de pronto el palomo se avalanzó sobre su cabeza, batiendo las alas en señal de superioridad, atacándole con el peso de su cuerpo, enredándose en su pelo.

Asustada, huyó del lugar (pero se llevó el gofre para tirarlo a la basura, que se joa el palomo), y sus compañeros la siguieron sin comprender qué había pasado. El palomo se quedó allí, inalterable, siguiéndolos con su cruel mirada de acero.

Aún hoy el palomo persigue a la muchacha, disfrazado de cualquiera de sus congéneres... Pero ella lo sabe y, pese a parecer una inocente y despistada estudiante, se mantiene alerta, siguiendo cada uno de sus movimientos...


PD: Te estoy viendo, palomo cojo...

3 comentarios:

Alberto Cámara López dijo...

1,1,2,3,5,8,13.... el mundo está hecho de espirales áureas de palomos cojos!

Sílvia dijo...

jajajaja!!! Malditas ratas del cielo!!! Aunque ataquen nunca solteis los gofres, entre todos podremos ganarles!
Cuando quieras volvemos a ver al palomo cojo y a comer gofres.

danny dijo...

jajaja, eso te pasó ?
es tu culpa por empezar a darles de comer, lo q tienes q hacer es enseñarles el gofre y cuando esten cerca te levatas rápido y biiiiimba! chutas a alguna ( no dices que eres mu bruta? demuéstralo ) , veras como el palomo cojo no te molesta.